Orbe del Viento Grants 3 Coins per level and 0.06 Points.

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Entre la aldea humana de Aguas Mansas y el Bosque Elfico se encuentran las extensas Laderas de Kaiala, gobernadas por el gran volcán durmiente del mismo nombre.
Y junto al colosal Kaiala un conjunto de montañas, todas ellas de origen volcánico. Todas excepto una. La única de cumbre redondeada y cubierta por champiñones: Anemoi.

Innumerables seres vagan por Lutaria. Hijos de las 4 razas, hadas, duendes, dragones… y gigantes. Hablaremos de uno en concreto.
Se trata de un ser milenario de naturaleza destructiva. Dotado de inmensa fuerza y tamaño. Y castigado con una gran debilidad en consonancia con su envergadura.
Mientras está despierto se alimenta sin parar. Come animales, arboles, piedras… Afortunadamente su vigilia tan solo dura un día, ya que al caer la noche el gigante comienza a hacer la digestión. Y cuando este proceso comienza le provoca un eructo de tales proporciones, que vacía casi por completo su esencia vital y lo convierte en un ser inerte: una montaña.
Y así permanece mientras el viento expulsado desde su estómago recorre toda Lutaria y transcurrido un año retorna al gigante, que vuelve a convertirse en un descomunal ser de carne y hueso. Hambriento y sediento como oso recién salido de su hibernación.

En ocasiones los dioses tienen un extraño sentido del humor.

En su lento, destructivo y solitario vagar, cierto día Anemoi llegó a Ítoca. Un asentamiento mixto, de población humana y élfica situado en las Laderas de Kaiala.
Allí había nacido hacía 20 años Kione. Una humana flacucha y pizpireta que solía andar por el bosque buscando tesoros que llevar al comercio de sus padres. Y con esa excusa siempre que podía se adentraba en las cuevas de los druidas para pedirles que le contasen historias de antiguas hazañas épicas a cambio de alguna planta que usar para elaborar sus brebajes. Kione adoraba aquellas historias.

Su familia se dedicaba a la recolección y comercialización de todo tipo de setas y hongos silvestres. Y ella era la encargada de viajar a otras aldeas para comerciar con aquellos manjares.
Por ese motivo se encontraba alejada de Ítoca la mañana en que Anemoi llegó y no dejó piedra sobre piedra.
A su regreso, dónde días atrás dejo su casa, su familia y sus recuerdos tan solo halló una inmensa sombra que bañaba aquel paramo de desolación e incertidumbre provocada por una extraña montaña que jamás había visto antes.
Desmontó de su mula de carga, corrió hacia la montaña rabiosa perdida y la emprendió a patadas y puñetazos contra ella mientras gritaba y lloraba desesperada. Hasta que el cansancio se apoderó de ella y se rindió al sueño sobre la espalda de Anemoi.

Despertó con el primer rayo de luz del primer sol y descubrió que no estaba sola. Los druidas habían velado sus sueños. La consolaron y con toda la delicadeza posible le explicaron lo sucedido. Después, en un alarde de misericordia invitaron a la joven a vivir con ellos durante algunos días mientras encontraba su nuevo camino. Este podría parecer un ofrecimiento lógico y sin importancia. Pero no olvidemos que las leyes de los druidas prohíben expresamente la presencia de féminas en suelo sagrado. Así que la decisión de aquellos hombres fue tan arriesgada como notable.

Tres días compartió la humana con sus canosos benefactores. Tres días con sus tres noches retozando entre pesadillas y sueños que le recordaban las historias de los grandes héroes: Crixio, que había sido usurpar el Orbe de la Magia del Mar a la mismísima Yemayá. Elbereth que se enfrentó sin dudarlo a las hordas de demonios del desierto de Vesania. Sisha, que luchó hasta la extenuación contra las tropas de Ymor.
Todo esto acabó dándole una descabellada idea. La mañana del cuarto día madrugó más que el sol y partió en busca de Hadad, dios de los vientos.

Fue un viaje extenuante, en dirección al oeste y casi en línea recta para no perder ni un minuto. Tenía menos de un año para completar su plan antes de que el gigante se levantase de nuevo y la cuenta atrás ya había comenzado.
Atravesó las Laderas, el Bosque de las Esencias y el Lago de La Alianza. Pasó frio, hambre, dolor, miedo e innumerables aventuras que relataremos en otra ocasión. Pero al fin logro llegar al Templo de Cristal.
Dos Sobek que al menos le doblaban en altura custodiaban la puerta. Dirigieron sus cabezas de cocodrilos hacia la muchacha y le abrieron paso hacia el interior del Templo.
En ese momento Kione sintió como una suave brisa despeinaba el mechón de pelo que caía sobre su oreja y creyó escuchar: “te estaba esperando” y un escalofrío recorrió su cuerpo.

Inhalo profundamente para armarse de valor y comenzó a caminar a lo largo de un gran pasillo engalanado por robustas columnas de cristal decoradas con infinidad de piedras preciosas.
A cada paso sentía vibrantes corrientes de aire que acariciaban su piel. Se sentía ligeramente mareada y excitada. Pero hizo un gran esfuerzo para no olvidar el motivo de su visita.
Entonces llegó al Gran Salón y en lo alto de una escalinata vio un majestuoso trono vacío. Las corrientes de aire se volvieron más violentas, el corazón de Kione latía descontrolado y el viento pareció dirigirse hacia aquel trono hasta materializarse en Hadad.
La humana había pasado meses pensando en las palabras que le diría a aquel ser, pero en ningún momento se había planteado como sería tenerle frente a ella.

Hadad tenia forma humana. Pero sus profundos ojos negros atravesaban la mirada de Kione, su cálido aliento humedecía la piel de la muchacha y Kione por un momento perdió el habla y la memoria y solo puedo pensar en que aquellas masculinas manos recorrieran todo su cuerpo hasta saciar aquella excitación.
No mediaron palabra alguna. Kione comenzó a notar como las corrientes de aire comenzaban a jugar bajo sus harapos. Cerró los ojos, extendió sus brazos a modo de alas y se dejó caer hacia atrás como un salto de fe en el foso del deseo.
Se fundieron en un solo ser y envueltos en un tornado de emociones tocaron el cielo al unísono.

De nuevo, se hizo la calma en el Templo. Y Hadad entregó a Kione un Orbe con el poder del viento donde la muchacha encerraría la esencia de Anemoi librando a Lutaria de su destrucción. De este modo Dios, humana y orbe quedaron vinculados por toda la eternidad. Y Anemoi es hoy una montaña más de las Laderas de Kaiala desde hace cientos de años.

Así que portad con respeto el Orbe del Viento, porque siempre estareis vigilados por su Dios y su guardiana.


 
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