Leales y salvajes. La leyenda de la Guardia Varega nos habla de unos guerreros de origen vikingo que, animados por las riquezas y la gloria, viajaron hasta Constantinopla a partir del siglo X para poner sus armas al servicio de los emperadores bizantinos. Su experiencia militar y su juramente de fidelidad hicieron de ellos unos de los combatientes más letales de su tiempo y provocaron que, para líderes como Basilio II, fuesen sus hombres de confianza. Los más cercanos. Hachas mediante, se enfrentaron incluso a los cristianos que, durante la Cuarta Cruzada, asediaron la que fue la urbe más rica de su tiempo.
Con todo, los guardias varegos no eran solo lealtad y valentía. Para desgracia de su reputación, también solían beber hasta la extenuación en las tabernas (llegaron a ser conocidos como los «odres del emperador»), disfrutaban visitando continuamente los burdeles de Constantinopla e, incluso, solían acudir al hipódromo para matar el tiempo hasta la llegada de su siguiente turno. Fueron, en definitiva, unos auténticos vikingos que -ejercieron además multitud de funciones entre las que se incluyeron desde tareas policiales, hasta el combate como infantería pesada en batalla. |