A veces el universo conspira para que aparezca un alma especial. Es lo que sucedió cuando nació Shisa.
Sus primeros años transcurrieron con normalidad. Creció jugando por las callejuelas de Nawa, su pequeña aldea. Ya entonces destacaba, era la más rápida y ágil, tumbaba al peor matón sin despeinarse, nada la detenía cuando se trataba de luchar contra las injusticias.
Su carácter se forjó en dichas calles y en los campos, donde ayudaba a sus padres, trabajando bajo la luz abrasadora de alguno de los cuatro soles, siempre soñando con vivir grandes aventuras, como los héroes de las leyendas.
Y allí fue donde la leyenda la encontró. Cierta noche una partida de exploradores de la tribu rúnica de la reina Ethel hizo noche en la humilde Nawa. No dijeron hacia donde se dirigían, pero todo el mundo sabía de la resistencia que esas valientes gentes estaban oponiendo al conquistador Temudjin.
Todos presintieron que aquel grupo iba en busca de algo importante y Shisa vio su ocasión de liberar el instinto justiciero que hervía en sus entrañas como aliento de dragón. Habló con sus padres, quienes, a pesar de saber que caminaría hacia el peligro, no intentaron disuadirla .Siempre supieron que estaba destinada a grandes cosas, de hecho, solo ellos conocían el increíble secreto del origen de Shisa.
Tras despedirse, se encaminó hacia el lugar donde descansaban los extranjeros. Allí les comunicó su intención de unirse a su cruzada contra el tirano.
De haberse tratado de otro grupo de guerreros, probablemente habrían estallado en carcajadas, pero aquellas eran gentes sensibles a la magia, y enseguida captaron la fuerza que albergaba aquella muchacha de estructura robusta, dulce rostro plagado de pecas, brillantes ojos verdes y alborotada melena roja. Así que la acogieron.
Al alba el grupo partió y con ellos Shisa. Los guerreros rúnicos eran personas pacíficas, la violencia siempre era su último recurso, quizás por eso, eran de los mejores combatientes de Lutaria.
En el primer descanso, ofrecieron a Shisa alguna de las armas de repuesto que llevaban, ella quedó prendada de un juego de katanas. En ese mismo instante comenzó su instrucción.
Ese primer día sufrió una derrota tras otra a manos de sus acompañantes, pero estos quedaron muy sorprendidos de la facilidad con que manejaba las espadas y cuanto mejoraba con cada combate. Para cuando encontraron el claddagh (autentico motivo de la expedición de la tribu rúnica) y emprendieron el camino de vuelta, ni el mejor de ellos era capaz de rozarla en combate.
El viaje de regreso fue tedioso, pero Shisa no flaqueó en sus entrenamientos camino de Kaunán. Nuestra joven heroína deseosa de probarse en combate partió hacia el frente, por eso no estuvo presente en los acontecimientos que llevaron a la trágica muerte de la reina Ethel y el nacimiento del orbe de las runas. En cambio sí estuvo presente en la última batalla que se libró en aquella guerra antes de la aparición del orbe, y fue allí donde su leyenda nació, aquella batalla en la que una joven con dos katanas diezmo a toda una unidad del ejército de Temudjin cuando ya parecía que la batalla estaba perdida.
Muchos de los supervivientes contaron posteriormente como un gran guerrero había irrumpido en plena refriega, con una espada en cada mano y se había puesto a cercenar un enemigo tras otro con tal velocidad, que hasta el final de la contienda nadie fue capaz de percatarse de que era una mujer la que les había dado la victoria.
Esta victoria dio el tiempo suficiente para que el ritual de la Reina Ethel se completase y un nuevo orbe naciese.
Con él y Shisa en sus filas, en la siguiente batalla el ejército de Temudjin fue derrotado y expulsado de aquellas tierras.
Agradecidos por su ayuda, los guerreros rúnicos encantaron las espadas de Shisa. Pusieron a las espadas los nombres de Inu: defensora de la lealtad y Reon: salvaje fiera de batalla. Con ellas en su poder, se despidió de aquellas buenas gentes y viajo durante años como una sombra recorriendo Lutaria dedicada en cuerpo y alma a combatir las injusticias.
Pasaban los años y a lo largo de su solitaria cruzada siempre hubo algo que la incito a viajar hacia el sur. En los momentos de calma espiritual incluso podía sentir en su piel el calor que el viento traía desde el Eje Volcánico Drow, e incluso el olor del Bosque de los Alisos.
Y precisamente hacia allí se dirigía cuando una noche mientras atravesaba el desierto de Vesania se topó con un maltrecho soldado, de nombre Terrenas, vestido de espadazos que se arrastró hasta ella y de rodillas le imploro entre jadeos de extenuación: “mi pueblo está siendo masacrado por las hordas de Ymor, niños, ancianos, magos, hechiceras… pronto no quedara nada”. Y tras pronunciar estas palabras cayó desplomado a los pies de Shisa, probablemente muerto debido al agotamiento y las innumerables heridas. Todo quedo en silencio y fue entonces cuando la joven comenzó a escuchar el bullicio de la batalla.
Tras algunas dunas comenzaron a erguirse columnas de humo. Y los gritos de aquellas gentes de las que Terrenas le había hablado comenzaron a meterse en su cabeza.
En aquel momento la sangre de Shisa comenzó a hervir como nunca antes lo había hecho. Corrió en dirección al bullicio y tras coronar la última duna contemplo un desgarrador espectáculo de muerte y destrucción. Los demonios de Ymor hundían sus garras en los cuerpos de los aldeanos y literalmente les arrancaban el alma para corromperlas y alimentarse con ellas.
Pero Shisa no vacilo ni por un segundo. Desenvainando sus espadas se lanzó al combate y así empezaron a acumularse cadáveres a sus pies y a pasar las horas. Los muertos crecían, pero el enemigo seguía siendo demasiado numeroso, era una batalla antológica, una sola guerrera contra cientos de demonios, hasta los dioses contenían su respiración.
La horda comenzó a concentrarse a su alrededor dando así a las pocas gentes que aún quedaban con vida la oportunidad de huir.
Sus fuerzas empezaban a flaquear, sentía que su cuerpo la abandonaba. No así su alma, que cada vez estaba más enardecida, hasta que de su interior comenzaron a brotar cegadores rayos de luz. Todo su cuerpo empezó a brillar de forma sobrenatural hasta que finalmente desencadeno una devastadora explosión.
Vesania quedo sumido en el más absoluto silencio. Cubierto por un manto de brillantes partículas de luz.
Cuando esa luz se disipó no quedaba nada en el campo de batalla, ni un cadáver, ni rastro del ejército enemigo, solo una esfera luminosa en el lugar donde se pudo ver con vida a Shisa por última vez y clavadas en la arena Inu y Reon. Limpias, impolutas, como si aquella explosión hubiera actuado sobre ellas a modo de ritual de purificación.
Desde entonces se cantan las hazañas de Shisa por toda Lutaria. Y cuenta la leyenda que su alma sigue vagando en busca de seres puros a quienes proteger.
Por su parte, los moradores del desierto cambiaron el nombre a sus tierras, jamás volvieron a llamarlas Vesania. A partir de entonces aquel lugar se conoce como el Desierto de la Luz.